Y a cualquier edad, añadiría después de haber pasado unos días allí. Aunque la mayoría ya hemos desterrado la idea de que los balnearios son destinos vacacionales para ancianos o enfermos conviene recordar que algunos, como el de Mondariz, se han adaptado perfectamente al siglo XXI y se han convertido en el destino perfecto tanto para jubilados como para jóvenes matrimonios, familias con niños o amantes del golf.
Todos tienen su espacio. Los más pequeños en Mondariz Kids, una zona especialmente dedicada para los niños entre 3 y 12 años que cuenta con un programa de animación en el que se encuentran distintas actividades infantiles, zona de juegos, proyecciones, talleres, actividades al aire libre, piscinas exteriores… mientras que su campo de golf de 18 hoyos es un referente en Galicia y en sus 48 hectáreas se realizan todos los años importantes competiciones.
Pero como la información sobre el balneario la tenéis muy completita en su página web, en la que, por cierto os recomiendo echar un vistazo al apartado de historia (porque es muy interesante y podéis descubrir los personajes ilustres que han visitado este histórico balneario), yo os voy a contar mi experiencia y mis sensaciones en Mondariz.
De mi visita a Vigo tuvo la culpa mi hija pequeña. Quería ir a dar una sorpresa a Marta, su amiga “gallega”, que celebraba su cumpleaños ese fin de semana. Así que decidí ir, con mi hermana, a Vigo y mientras mi hija se quedaba en casa de su amiga, nosotras podíamos disfrutar del balneario al que tenía muchas ganas de ir pero nunca encontraba el momento. Cuando llegamos al aeropuerto de Vigo nos recogió Lucía, la madre de Marta. Aquí quiero hacer un inciso para elogiar la impresionante amabilidad de los gallegos en general, y de Lucía en particular.
No nos habíamos visto nunca y a los cinco minutos parecíamos amigas de toda la vida. Se había cogido el día libre para enseñarnos su ciudad, tomar varios aperitivos (uno de ellos en la calle de las ostras, de la que casi no me muevo de allí en todo el puente, ¡qué maravilla!), llevarnos a comer a la playa de Samil, y acompañarnos al balneario por la tarde. Desde luego no pudimos tener mejor cicerone.
Esa tarde, ya casi de noche, mi hermana y yo dimos una vuelta por los alrededores del balneario y ya supimos que la escapada iba a estar muy pero que muy bien. A la hora de cenar, esa impresión quedó más que reconfirmada. El bufé era espectacular. Bandejas de centollas, de mejillones en diferentes versiones, de zamburiñas, de tomates que sabían a tomates (lo recalco porque mi hermana se pasó los tres días repitiendo esa frase)…
En fin, un festival para el paladar que se completaba con un plato de carta, al que algún día incluso renunciamos porque con lo que había allí expuesto era más que suficiente, sobre todo si queríamos probar los impresionantes postres que había allí. Desde luego, el famoso tópico de que en Galicia se come estupendamente se convirtió en una realidad en Mondariz. Y, os aseguro, que aunque no hubiese tanta oferta de actividades y de tratamientos, aunque solo fuese por la comida (si os gusta comer bien, claro) merece la pena ir.
Los días siguientes realizamos una inmersión total en el mundo del termalismo. Realizamos el Circuito Celta inspirado en la cultura termal de hace 2000 años atrás. Dura aproximadamente una hora y media e incluye cinco pasos, a cual más relajante: ducha efecto peeling para renovar la piel y eliminar las células muertas; baño colectivo interior con potentes chorros de agua en la zona que acumula mayor tensión, la espalda y en la que más sufre, los pies.
De allí pasamos a la sauna celta, una original cueva de piedra que recrea las antiguas “Pedras Formosas” (piedras hermosas) de la Galicia antigua. Después le llegó el turno a la aplicación de chorro a presión y terminó con la inmersión en un baño de contrastes (frío y calor) al aire libre. Aunque he de reconocer que el baño frío nos lo saltamos.
Lo que no nos saltamos fue la visita al Palacio del Agua. Un impresionante spa con más de 3.000 metros cuadrados dedicados al relax y al ocio a través del agua. Bajo su imponente cúpula de cristal hay camas de agua, jacuzzis, asientos de hidromasaje, todo tipo de chorros: verticales, para la espalda, para los pies, circuito contracorriente,… Lo que pudimos disfrutar (y reírnos) mi hermana y yo en sus aguas no tiene precio.
Por supuesto también probamos la zona de tratamientos estéticos. Ambas optamos por un corporal realizado a base de cerezas (también los hay con castañas, chocolate, algas,…) Durante algo más de una hora, disfrutamos de una exfoliación, envoltura y masaje que nos dejó a las dos en el limbo y a nuestra piel perfectamente renovada.
Pero además de termalizarnos y comer de fábula, también tuvimos tiempo de pasar por la orilla del río Tea, entre robles y abedules, pasando por la fuente del Troncoso, a doscientos metros del hotel, donde se encuentra otro de los manantiales del Balneario. Otra fuente, la de la Gándara, situada frente al balneario, era visita obligada todos los días, allí lo suyo es beber su agua, con numerosas propiedades para el organismo (para problemas digestivos, sobre todo), pero si os soy sincera, no terminaba de acostumbrarme al sabor, aunque lo intentaba todos los días. Eso sí, mi hermana (como muchos visitantes de la fuente) se llenaba una botellita e iba con ella, dando sorbitos, a todas partes.
En nuestra visita, también tuvimos la suerte de visitar un espectacular pazo. El de Torre La Moreira, al parecer uno de los cinco pazos más bellos de la provincia de Pontevedra. Eso me dijeron y aunque no los he visitado todos os puedo asegurar que es una maravilla. Se trata de un pazo fortificado en el que se encuentran, desde 1968, las bodegas de la marca Marqués de Vizhoja. A su alrededor se extienden numerosos viñedos escalonados, cuya extensión atravesaba un camino romano. Actualmente, la bodega primitiva se ha remodelado y reconvertido en museo y en sus jardines se hallan árboles centenarios, hórreos, un crucero y la Capilla de la Virgen del Carmen. Vosotros también podéis ir a verlo porque se realizan visitas guiadas a la finca y a las bodegas, así como degustaciones de sus vinos.
Y eso es lo que hicimos nosotras en esta finca, antiguo secadero de tabaco reconvertido en bodega, una cata de los diferentes vinos que se elaboran en esta bodega, concretamente: el Marqués de Vizhoja y los albariños Señor da Folla Verde y Torre la Moreira, los tres muy recomendables.
Sin duda, nos quedaron muchas cosas por descubrir en este viaje pero estoy segura de que volveré pronto.
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