El maquillaje masculino a debate, por John Queras

Polvos bronceadores Monsieur, de Jean Paul Gaultier

La semana pasada acudí al Club Allard, donde se presentaba el nuevo y esperado producto de tratamiento de Shiseido Men, que desmenuzaremos en próximas entregas porque no sale a la venta hasta el mes que viene. Tras degustar las imaginativas propuestas gastronómicas de la chef María Marte, una interesante conversación se apoderó de los postres. Mis compañeras beautywarriors sacaron a colación las razones por las que el hombre actual no termina de atreverse con el maquillaje, las mechas, la manicura, etc. Algunos sí, pero no es algo generalizado. Viejas ideas en un restaurante moderno. Vaya por delante que, como sucede la mayoría de las veces en este sector nuestro, éramos muy pocos los chicos presentes en el evento y que, en mi mesa en concreto, estaba en franca desventaja. Eso sí, todos, tanto ellas como yo, coincidimos en que los cánones estéticos vigentes en las distintas épocas responden a motivos puramente culturales. De hecho, los hombres se han maquillado a lo largo y ancho de la Historia, desde los antiguos egipcios hasta las cortes europeas de finales del siglo XVIII. Fue tras la Revolución Francesa cuando dejamos de hacerlo porque era un símbolo que se asociaba a la nobleza y que la nueva y pujante burguesía no quería perpetuar. Y así llegamos hasta hoy.

Facial Fuel Transformer, de Kiehl’s

En pleno siglo XXI es prácticamente imposible encontrar una sombra de ojos o un eyeliner en un neceser masculino (a no ser que seas Johnny Depp o Prince). Pues bien, ellas me insistían en que ya va siendo hora de dar el salto y empezar a pintarnos el ojo. Jean Paul Gaultier, quién si no, lanzó en 2008 Monsieur, una línea de maquillaje para hombres que nunca llegó a triunfar, a pesar de que era simplemente espectacular. Y algunos productos for men ya incluyen difusores ópticos, uno de los principios básicos del maquillaje, como el gel hidratante Facial Fuel Transformer de Kielh’s (33 €). Yo, la verdad sea dicha, no me veo marcando la mirada a golpe de máscara de pestañas ni potenciando los pómulos con una pincelada de colorete, pero no veo nada raro en aquellos que sí quieran hacerlo. Y ellas, erre que erre, que ya toca superar las barreras sociales y lanzarse a esa piscina llena de pigmentos de color, polvos de sol y ojos ahumados. “Pero, ¿por qué no?”, preguntaron al unísono. “La verdad, no lo sé. Tal vez sea por la misma razón por la que vosotras no bajáis a la playa sin depilar y os teñís las canas”. Pues eso, por motivos puramente culturales.

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