Peluqueros y adolescentes, una relación no siempre cordial
Y escribo ese título con conocimiento de causa. ¿Cuántas veces habéis salido de la peluquería con ganas de llorar, de gritar o de decirle “hasta nunqui” a la “artista” que lejos de escuchar lo que tú querías que te hiciese en el pelo decide que te va a quedar mejor lo que ella decide? Cuando eso te ocurre con cierta edad, te cabreas, cambias de peluquero y aquí no ha pasado nada. Pero, ay cuando te ocurre con 12 años y consideras que tu bien más preciado es tu melena…
Pues eso es lo que le sucedió a mi hija mayor, Sara. Hace casi seis años, con mi mejor intención, la llevé a la peluquería a cortarle las puntas. Ya me costó que accediera porque a ella le gustaba (y le sigue gustando) el pelo largo, muy largo, demasiado para mi gusto pero… La peluquera decidió cortar bastante más de lo previsto y el resultado fue nefasto. Era cierto que le hacía falta “sanear” la melena pero a esas edades los cambios no pueden ser tan radicales. Ella, que en cuanto a discreción ha debido de salir a su padre, no decía nada mientras veía como los mechones iban cayendo al suelo con la misma rapidez con la que sus lagrimas iban brotando de sus ojos. Hasta que yo dije basta. En la peluquería no dijo ni “mu” pero en casa el drama duró semanas. Sus rizos “ya no tapaban ni el escudo de la camiseta del cole” (escuché esa frase mil veces en los días y semanas posteriores). De nada servía decirle que el pelo crece, que estaba muy guapa,… Ella dijo que no volvería a una peluquería y yo zanjé la película con un “desde luego, conmigo no vas a volver en la vida aunque el pelo te vaya arrastrando por el suelo y te lo vayas pisando”.
Pero ayer, casi seis años después, me acompañó a Tacha Beauty. Yo iba a hacerme el color (bastante desgastado después del verano) y a retocar el corte, ella a hacerse las cejas. Como le iba a tocar esperar se llevó un libro para entretenerse en el jardín mientras yo pasaba la ITV capilar. No lo abrió. Raquel Aguilera, la estilista que se iba encargar de mí le dijo que si quería, para aprovechar que estaba allí, le podían hacer un tratamiento de colágeno y de paso le cortaba las puntas. Escuchar esa frase y mirarme (mi hija) como si la fuesen a llevar al patíbulo fue todo uno. Yo dije que no, que había tenido una mala experiencia, que no quería saber nada del tema… pero Raquel la convenció, le dijo que se fiase de ella, que la entendía perfectamente, que ella había pasado por eso,… y no se cómo, la medio convenció. Eso sí. Sara estaba como un flan y yo, ante las posibles consecuencias, más.
Raquel le aseguró que le iba a cortar muy muy poquito, que prefería que fuese cada mes o dos meses para ir “saneándolo” a que no volviese en otros seis años. Y cumplió su palabra. Tan bien que Sara está dispuesta a volver en unas semanas para ir cortando poco a poco, pero eso sí, dice que “sólo con ella”, Y yo feliz. Tanto que he decidido convertir las fotos que hice para Instagram en este post para dar las gracias a Raquel por su labor con las tijeras y, sobre todo, por su comprensión porque muchas veces los peluqueros no se ponen en el lugar del cliente, quieren demostrar que son unos “artistas” y no tienen en cuenta que a ciertas edades lo que para ellos es un simple “corte de pelo” para la clienta (sobre todo si es adolescente) es una catástrofe. En un pase de tijera puedes ganar, o perder, un cliente para siempre.
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