Cómo ser una It Woman a los 50. Menos Prozac y más chocolate
Aprovecho que mañana es el Día Internacional del Chocolate para profundizar en la atracción que sufrimos la boomers por tan preciado bien. Según las estadísticas, a nueve de cada diez mujeres les gusta el chocolate (y la décima, miente). Supongo que se debe a un cúmulo de múltiples circunstancias, pero en mi caso se remonta a la más tierna infancia y al recuerdo inconfundible del olor de un delicioso chocolate a la taza. Aquellos días en los que la tentación no vivía arriba, sino al final del pasillo a la derecha, donde se encontraba la cocina. Rememoro los desayunos con el sabor del colacao (el desayuno de los campeones) y mi lucha diaria porque no se hiciesen grumos; el donut fondant de media mañana cuyas huellas limpiaba en la falda escocesa que tanto odiaba y el bocadillo del cole, pan con Nocilla a media tarde, que señalaba que el día de estudio tocaba a su fin. Sobredosis de cacao para mitigar el aburrimiento de ser una niña. Ahora entiendo porque tras el empacho de cacao, el mundo me parecía mejor. La explicación científica está basada en las múltiples reacciones químicas que causa en nuestro cerebro; me entero de que el chocolate contiene más de 300 sustancias químicas. Casi me da un síncope. Toda la vida “zampando” chocolate… ¡Estoy intoxicada!… ¡Voy a morir!
Continúo con mi investigación, y descubro que el consumo de chocolate ayuda a producir una serie de sustancias en el cerebro, entre muchas otras la serotonina, conocida como la hormona de la felicidad o del “buen rollo” y la dopamina que nos hace sentir un máximo placer, similar al de un orgasmo. Y aquí quería llegar yo… Dice la sabiduría popular que no hay mejor sustituto del sexo que el chocolate. ¿Será un mito equiparable al de las dos horas de digestión o la pérdida fulminante de vitaminas del zumo de naranja? La respuesta es no. Cualquiera que conozca bien el sexo y conozca bien el chocolate te dirá que no son comparables, aunque bioquímicamente sean iguales.
La mayoría, probablemente, elegiría el sexo antes que el chocolate, pero lo cierto es que a falta de uno podemos conformarnos con el otro para, como mínimo, paliar los males que nos provoca la abstinencia. Y aunque muchos expertos aseguran que afirmar así a la ligera que el chocolate es un sustitutivo del sexo es ir demasiado lejos, sí que es cierto que la ingesta de chocolate facilita la liberación de endorfinas, una sustancia que generan nuestros neurotransmisores y que nos hace sentir felices, estimula el sistema nervioso y mejora el ánimo. Algo así como un antidepresivo natural de venta sin receta para los malos momentos (algunos lo llaman el “prozac vegetal”), o como un orgasmo artificial mantenido en el tiempo. De hecho, el 23% de las mujeres afirma que la comida les proporciona mayor placer que el sexo, porcentaje que en los hombres se reduce al 13%. Para los amantes de la comida de ambos géneros, el chocolate se lleva medalla de oro en la carrera a la felicidad. Y sigo investigando sobre el tema, y leo un estudio realizado en Italia bastante revelador: las mujeres que consumen a diario chocolate muestran niveles más altos de deseo que las que no tienen este hábito. Es decir, el chocolate puede tener un impacto psicológico positivo en la sexualidad femenina. ¡Tomo nota!
Nuestra literatura de tradición oral tampoco ha sido indiferente a los encantos del chocolate, que ha inspirado títulos célebres como Chocolate, The Consuming Passion, de Sandra Boynton, un superventas en Estados Unidos en la década de los 80. Habla con humor sobre el mito y afirma que “el chocolate no es nada más que un sustituto del afecto”. Esto explica porqué tras una pelea sentimental o un mal día en la oficina, zamparnos un litro de helado de chocolate es una buena terapia. De la cocina al diván, y sin pedir cita. Cierto es que las mujeres a menudo tendemos a compensar las frustraciones emocionales con grandes dosis de chocolate.
Y hablando de terapias alternativas, pienso en un libro que me hizo pasar muy buenos ratos, tantos como una buena sesión de sexo, una tarde de confidencias con mi grupo de amigas o los chocolates con churros en San Ginés a altas horas de la madrugada a la salida del Joy Eslava. Me refiero a la novela Como Agua para chocolate, escrita por Laura Esquivel, publicada a finales de los ochenta, y luego muy bien llevada al cine. Una historia de amor y gastronomía ambientada en Méjico a principios del siglo XX. Dos jóvenes locamente enamorados, tienen que renunciar a su amor porque la madre de ella (una auténtica bruja) decide que al ser la menor de sus hijas, debe quedarse soltera para cuidarla en su vejez. No me extraña que ingiriera como si no hubiese un mañana. Se puso tan gorda, tan gorda, tan gorda, que al final explota (me parece recordar).
Aunque, contrariamente a lo que se piensa, el chocolate no suma kilos; sí el blanco -que no es tal- y el con leche -que tiene más grasas-, pero el negro, amargo, oscuro, al 70% es un auténtico placer para el paladar que apenas contiene calorías. ¿Sabías que un estudio científico ha demostrado que tomar un trozo de chocolate negro antes de la comida contribuye a una mejor digestión? Y sabe muchísimo mejor que una infusión.
Como siempre, termino mi exposición con música de la buena. Me ha sido imposible encontrar una canción en torno al tema que no fuese “Paquito el chocolatero”, así que me he ido por el camino más dulce. Aquí os dejo Sweet Dreams, el legendario himno del dúo británico Eurythmics, con la gran Annie Lennox. Trata sobre cómo perseguir tus sueños y no rendirte ante las adversidades. ¿Pega todo no?