Un verano con Carmen Navarro, por Itziar Salcedo
Admiro la capacidad de Juan José Millás para desgranar una imagen con 100 palabras, o menos. Sus pequeñas historias imaginadas con tan solo contemplar una instantánea de la realidad, son una perfecta amalgama entre ironía, opinión y crítica social. Sus memorables “pies de foto”, publicados en el EPS (El País Dominical), me han inspirado para intentar plasmar el perfil de uno de los personajes que más me han influido en mi carrera como especialista en belleza: Carmen Navarro. Su estival fotografía publicada en su Facebook disfrutando como una cría practicando aquagym en una piscina ha sido mi detonante para ponerme a la tecla. A sus 74 años, con más de 40 años dedicados a la estética y un bagaje profesional regado de premios, ahí está, sumergida en el agua disfrutando a piel y cara descubierta. Feliz, sin complejos, practicando su filosofía, la de ponerle pasión a todo lo que hace. Mujer de carácter, tiene el don de repartir sonrisas sin por ello caer en la hipocresía, porque también maneja a la perfección el arte de poner los puntos sobre las “íes” cuando algo le escuece, le parece injusto o no le gusta cómo está hecho (en eso, nos parecemos, amiga). Inquieta y emprendedora, ha sido pionera en impregnar la estética de un halo holístico, en aquello de considerar la belleza como un compendio de cuidados cosméticos, aparatología de vanguardia y desbloqueo de energías y emociones. Aún recuerdo su mítico centro de Nicasio Gallego, cuando la conocí, y en el que tuve la suerte de pasar por sus manos (como una reina, no digo más), o cuando se empeñó en que aprendiera, junto con otras colegas, a meditar de manera ortodoxa (nunca se me dio bien lo de estar quieta, lo mío es rumiar en movimiento), aunque confieso que en más de una ocasión he atravesado el umbral de sus centros (que ya tiene 8) con el único objetivo de sumergirme en una de sus cabinas para deshacerme de mis miasmas laborales o sentimentales y he salido nueva en alma y piel.
Generosa y desprendida, no repara en “gastos” para ofrecer los mejores protocolos sin escatimar ni un ápice en principios activos ni atenciones. Confieso también que mucho de lo que sé de lo mío es gracias a ella y a su empeño en “hacerse” con lo último en máquinas y cosmética e incitarme a “probarlo en mis carnes” y ejercer como conejillo de indias, (un placer, por cierto), para luego juzgar y contar (todo un máster que me ha valido para dilucidar lo que funciona y lo que no en este universo donde los milagros no existen, aunque haya quien se empeñe en venderlos y jugar con las expectativas del personal). Emprendedora “por casualidad”, como a veces alega, anda ahora sumergida en el lanzamiento de la tercera generación de su propia línea cosmética, con protocolo en cabina incluido. Carmen Navarro se llama, sin más florituras, porque lo importante es lo que contienen y cómo han sido formuladas, bajo las pautas de la medicina biológica molecular, que apuesta por aunar las fórmulas magistrales de la cosmética tradicional de alta calidad y “hecha a medida”, con la tecnología más avanzada para potenciar la eficacia de los principios activos que contienen.